Primer día de 2018. Amanecíamos en Estocolmo. Aunque era ya nuestro tercer día en la ciudad. Pese a no haber trasnochado en exceso en Nochevieja, tampoco nos lo íbamos a tomar con estrés. Nos levantamos con calma, desayunamos y cuando estuvimos listas, salimos a recorrer la ciudad.
El día anterior yo me había quedado con ganas de visitar el Nordiska Museet o Museo Nórdico en la isla de Djurgården. Así que para allá que fuimos. Pusimos el google maps y vimos la forma más rápida de llegar en transporte público y en escasos 15 minutos ya nos habíamos plantado en su puerta.
Este museo fue fundado en 1873 por Artur Hazelius (el también fundador de Skansen, que habíamos visto el día anterior) para mostrar la cultura y las costumbres suecas, en una época en la que comenzaban a despuntar los nacionalismos y se quería hacer sentir orgullosos a los ciudadanos de su país.
Así, nada más entrar al museo, llama la atención una enorme estatua del rey Gustav I, conocido como “el rey Vasa” (el primer rey de Suecia tras independizarse de la corona danesa), con una inscripción que traducida al español vendría a decir “Sed Suecos”.
A través de las diferentes plantas y alas del museo, dimos un repaso a la historia y sobre todo a las costumbres y tradiciones del país, a través de maquetas, reproducciones, vídeos y objetos. Desde la cultura sami, pasando por cómo celebran los suecos las distintas festividades, a la evolución de las casas o incluso de la ropa. El museo tenía toda una parte dedicada a la moda de los últimos 300 años. Me llamó la atención un vídeo en el que se veía a una mujer y a un hombre vistiéndose con trajes de época. ¡Vamos! Ni un traje de fallera lleva tanto trabajo… jejeje.
Después de recorrer el museo y tomar algo en su cafetería, salimos de éste con la intención de decidir qué haríamos después. Como estaba lloviendo a mares, decidimos aprovechar que teníamos la tarjeta de la ciudad para visitar algún otro museo cercano que estuviera incluido en ésta… Y opciones no faltaban, ya que Djurgården bien podría ser conocida como la isla de los museos, tal y como tiempo atrás vimos en Berlín.
Así acabamos en el Vikingaliv, un museo especializado en la cultura vikinga… Y, qué decir, a mí especialmente, después de haber seguido la seria Vikings de cabo a rabo, me llamaba bastante la atención.
A través de paneles interactivos y vídeos se explica la vida y costumbres vikingas, desde cómo podía ser “un día normal en la vida de un niño” hasta el sistema de castas o diferentes tipos de personas que existía en su cultura, desmitificando muchos de los estereotipos que, gracias a películas y series, damos por ciertos… con esa icónica imagen de hombre rudo, grande y melenudo, con un casco con cuernos y espada o hacha en mano. De hecho, según leímos allí, los vikingos nunca utilizaron este tipo de cascos, que tanto asociamos a ellos.
En el museo se puede observar un “timeline” con la cronología de la época vikinga, que existió entre los años 750 y 1090. Durante este tiempo, gracias a su pericia náutica (pues eran excelentes navegadores) llegaron a conquistar gran parte de Inglaterra, Islandia e incluso descubrieron América... Como huracanes saqueaban y destruían pueblos cristianos (sobre todo en el sur de Europa), que no podían más que enviar misioneros para intentar adoctrinar en la fe y moral cristiana a esos bárbaros nórdicos. Tal fue la insistencia, que finalmente lo lograron, y durante el siglo XI los vikingos fueron perdiendo poco a poco su ideología y modo de vida.
Para acabar la visita, en la planta inferior, nos montamos en una barca que a través de recreaciones nos contaba la historieta y aventuras que tuvo que vivir un padre de familia que partió en búsqueda de riquezas para dotar de un mejor porvenir a su familia.
En el museo, se recomienda también la visita al Museo Histórico de Estocolmo, situado no muy lejos de allí, en la calle Narvavägen, pero con la que caía, decidimos omitir la visita e ir a un lugar más cercano. Sin embargo, puede ser interesante ya que, al parecer, es donde se haya la colección de runas más grande del mundo (las piedras que, a modo de alfabeto, los vikingos utilizaban para describir sus aventuras).
Nosotras, por nuestra parte, buscando refugiarnos de la lluvia, llegamos a parar al Junibacken, un museo dedicado a la literatura infantil sueca y centrado especialmente en Astrid Lindgren, la creadora de Pippi Långstrump o Pipi Calzaslargas.
La visita es bastante rápida (aunque pillamos algo de cola para entrar). Te montas en un vagón de un tren que te lleva volando a través de decorados que siguen el hilo de los cuentos más populares de Astrid Lindgren (narrado en el idioma que quieras, español incluido). El recorrido dura unos 15-20 minutos y, sin duda, es un lugar que te hace retroceder en el tiempo hasta la niñez, para dejarte llevar por la imaginación y fantasía de la escritora sueca.
Aunque he de decir que, salvo la historia de Pippi Calzaslargas, muchos de los cuentos que se relataban me sonaban a chino… E incluso de la historia de Pippi, no es que tenga un recuerdo muy nítido….
Aun así, fue una visita interesante, sobre todo si se va con niños, porque a la salida tienen una zona de juegos de la que seguro que no se quieren ir en un buen rato.
Cuando salimos de este museo, y aunque aún llovía, decidimos aprovechar los últimos rayos de luz para, cruzando el puente Skeppsholmsbron, dirigirnos a la isla de Skeppsholmen. Desde este puente hay unas bonitas vistas de Gamla Stan y es desde dónde se obtiene la típica foto con la corona dorada en primera línea y el casco antiguo de fondo.
La isla de Skeppsholmen antiguamente era una base de la armada sueca, por lo que sus edificios eran principalmente cuarteles y almacenes. En la actualidad se han reconvertido a museos, instituciones culturales e incluso hoteles. Sin embargo, con eso de ser primero de año, para cuando llegamos, pese a no ser muy tarde (alrededor de las 15h), los museos habían cerrado y no había un alma por allí.
Aun así, nos dedicamos a darle un paseo. Nada más cruzar el puente, a mano izquierda, se halla la iglesia Skeppsholmskyrkan que fue construida en la primera mitad del siglo XIX con planta octogonal. Nos acercamos a la orilla para ver el barco de Af Chapman, un antiguo buque-escuela que desde 1949 sirve como albergue juvenil.
Seguimos caminando y cruzamos el puente que conecta con Kastellholmen. En esta segunda isla apenas hay un pequeño castillo (que no se puede visitar) donde, al parecer, cada mañana un marinero iza la bandera sueca. Eso sí las vistas desde allí, eran bastante bonitas… Una pena el tiempo que nos estaba haciendo.
Regresamos a Skeppsholmen para acercarnos al Moderna Museet que, inaugurado en 1998, acoge una colección de arte moderno. Estaba incluido en el pase de la ciudad, y nos hubiéramos parado a verlo, pero dado que estaba cerrado y el tiempo no mejoraba, decidimos poner rumbo de vuelta al hotel.
Por la noche habíamos reservado para ir a cenar a un restaurante: el Spisa hos Helena (por eso de ser tocayas, jejejej) donde, además comimos de maravilla. No daba tiempo para más.
Ya sólo nos restaba una mañana en la ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario