Cuando terminamos nuestra visita de Rávena, nos montamos de nuevo en el coche y pusimos rumbo hacia nuestra siguiente parada. Para entonces ya habíamos visto que no nos daba tiempo a pasar por Rímini así que decidimos ir directas hacia la “Serenísima República de San Marino”, uno de esos micro-estados (de apenas 61 km²) que presume de ser uno de los más antiguos del mundo.
Y es
que, sus orígenes se remontan al siglo IV, cuando un cantero, de nombre Marino,
se asentó en esta zona huyendo de las persecuciones a los cristianos en la otra
costa del Adriático (en la actual Croacia). Así, con el paso de los años, se
fue creando una pequeña comunidad Cristiana en la cima del Monte Titán. Pero no
fue hasta el año 1291 cuando el Papa Nicolás IV reconoció su independencia y algo
más tarde, en 1493, se añadieron nuevos territorios incluyendo, de esta forma,
los nueve centros urbanos (llamados “castellos”) que hoy en día conforman el
país con la propia Città di San Marino a la cabeza (la capital), pero también
con Borgo Maggiore, Serravalle, Acquaviva, Chiesanuova, Domagnano, Faetano, Fiorentino
y Montegiardino.
Conforme
nos acercábamos por la autovía, a lo lejos empezamos a divisar la silueta del
Monte Titán con sus más de 700 metros de altura. Seguíamos teniendo algo de
tráfico en la autovía pero en esta ocasión mucho menos que lo que nos habíamos
encontrado por la mañana. Así, casi sin darnos cuenta llegábamos a nuestro
destino. Un pequeño control policial (y un cartel) nos daban la bienvenida a
este pequeño país…
Nuestro
primer objetivo era encontrar nuestro hotel. Yo no había caído en que San
Marino llevaba mapas diferentes a los de Italia en el gps y no me los había
descargado… así que ahí estábamos, solas frente a la carretera, venga a subir
cuestas y preguntando a la gente por la calle (o entrando en tiendas a
preguntar), a la antigua usanza… pero, pese a que me guste quejarme mucho, lo
cierto es que fue bastante fácil de encontrar. Estaba prácticamente enfrente de
la entrada a la parte amurallada de la ciudad.
Dejamos
el coche en uno de los aparcamientos que vimos en las cercanías (hay muchos por
todo el casco urbano, podéis encontrarlos en este link).
Serían en torno a las 19.00 h y la máquina de tickets parecía que no funcionaba.
Metíamos dinero y aquello no iba, por lo que, tras mucho toquetear, dedujimos
que “de noche” no había que pagar y que tampoco se podía sacar el ticket para
el día siguiente… En fin, ya madrugaríamos
el siguiente día para ir a ponerlo a primera hora. Así, tras descargar las
mochilas y asentarnos un poco salimos a echar un primer vistazo a la ciudad al
anochecer y, como no, a cenar.
Un paseo al atardecer por San Marino:
En nada
llegamos a la Porta di San Francesco o la Puerta de los Locos, la principal
puerta de entrada a la ciudad que fue construida en el siglo XIV. A su espalda
se encuentra la Iglesia/Convento de San Francisco, también del siglo XIV, que visitaríamos
el día siguiente, pues a esas horas se encontraba ya cerrada.
Empezamos
a ascender a través de las calles medievales de la ciudad sin un rumbo fijo… A nuestro paso íbamos encontrándonos con bonitos
edificios señoriales y alguna que otra plaza como la “Piazza Titano” donde se
encuentra el “Palazzo Pergami” (que acoge el Museo del Estado) o la “Cava dei
Balestrieri” (que se traduce como Cantera de los Ballesteros), el lugar del que
en el siglo XIX se extrajo la piedra para la restauración del Palazzo Publico y
en el que hoy en día se reúne la gente de la Federación de Ballesteros. Sí,
señores, por extraño que parezca, esto existe en San Marino… Al parecer cada
año (desde 1537) se celebra el torneo conocido como “Palio dei Balestrieri” con
ocasión de las fiestas del patrón (el 3 de septiembre). Desde luego, debe ser algo
curioso de ver.
Continuamos
ascendiendo por las calles de la ciudad hasta llegar a “Il Cantone”. Allí aterriza
el funicular que parte de Borgo Maggiore y nos encontramos con una espectacular
vista al atardecer de los valles que quedan colgados entre las últimas estribaciones montañosas de los Apeninos. A nuestros
pies podíamos divisar las casas del Castello Borgo Maggiore. Las vistas eran
impresionantes y decidimos quedarnos en la terraza de uno de los restaurantes
que por allí había a cenar, mientras veíamos el sol ponerse tras aquellos
bonitos riscos.
Muchos
turistas que acuden a San Marino optan por aparcar directamente en Borgo
Maggiore (o bajar allí en tren) que también tiene un casco bastante bonito y subir/bajar
desde allí mediante el funicular. Podéis ver horarios y precios desde aquí.
Tras
este pequeño impass continuamos la ruta hasta llegar a la Piazza Della Libertà donde
se encuentra el Palazzo Publico, que acoge al Gobierno de la Nación. Aquella
noche la plaza estaba muy animada, con música, estaban montando unas carpas y
había mucha gente cenando en los restaurantes…
Seguimos
callejeando hasta llegar a la Basílica del Santo donde se encuentran las
reliquias del Santo fundador de la ciudad.
Si
seguíamos ascendiendo llegaríamos hasta los castillos de San Marino. Sin
embargo decidimos dejarlos para visitarlos la mañana siguiente con la luz del
día… Era momento de regresar al hotel a recargar las pilas.
Recorriendo San Marino a la luz del día:
El día
siguiente madrugamos. Lo primero que teníamos que hacer era ir a poner el ticket
del aparcamiento; esa vez sí, no tuvimos ningún problema. Tras desayunar en el
hotel, regresamos a la puerta de acceso a la ciudad dispuestas a recorrer de
nuevo todos los lugares que habíamos comenzado a descubrir el día anterior.
Esta
vez seguiríamos una ruta distinta para acceder a la parte alta de la ciudad,
nos dirigiríamos hacia el este por la plaza de Santa Ágata e iríamos recorriendo
el límite de las murallas. Había muchas escaleras, pero era un trayecto mucho
más directo.
Así
rápidamente nos plantamos casi en la cima de San Marino, dispuestas a comenzar con
el circuito de las tres torres. Realmente sólo se puede entrar a las dos
primeras torres: la Rocca Guaita y la Rocca Cesta ya que la tercera, la torre
Montale, no está abierta al público.
En la
puerta de entrada nos hicimos con un ticket combinado que daba derecho a entrar
a la mayor parte de los lugares turísticos de la ciudad por, creo recordar que
eran, 10 ó 11 euros.
La
primera torre, la Rocca Guaita, es la mayor y más antigua de las tres
fortalezas que presiden el Monte Titán. Fue construida en el Siglo XI, aunque posteriormente
ha sufrido diversas modificaciones. En realidad está compuesta por dos
conjuntos de muros. El más interno de ellos, es el más antiguo y acoge la torre
del campanario (cuyas campanadas siguen recordando a los habitantes las
celebraciones de la República), las habitaciones de la guardia (que también
fueron utilizados posteriormente como prisiones) y la Torre de la pluma. Los
muros exteriores fueron parte de la primera serie de murallas de la ciudad y
entre ellos encontramos una pequeña capilla dedicada a Santa Bárbara (construida
en el año 1960) y unos cuidados y bonitos jardines.
Esta
torre la podremos ver en las monedas de cinco céntimos de euro de San Marino.
Al
salir de ella nos encaminamos a través de un agradable paseo entre árboles y hacia
la segunda.
Construida
sobre las ruinas de una fortaleza romana se levanta la Rocca Cesta. Su construcción se remonta al siglo XIII, sobre
el punto más elevado del Monte Titán (a 750 m). En su interior hay un
interesante Museo de Armas Antiguas con exposiciones de armas desde el siglo
XIII al XIX.
Pero lo
mejor son las vistas que obtenemos desde el punto más alto de ésta, tanto del
paisaje aledaño como de las otras torres.
A la
tercera torre, Montale, se accede mediante un camino de unos 200 metros, pero
nosotras nos conformamos con las vistas desde la distancia y regresamos hacia
el centro de la ciudad para recorrer los lugares que ya habíamos visto la noche
antes, de día.
Fuimos
recorriendo las coquetas calles de la ciudad sin rumbo fijo. Parándonos de vez
en cuando a ver los escaparates de las múltiples
tiendas de souvenirs que veíamos... ¿Qué buscas? ¿Un reloj, un collar? O… ¿te
decantas por una pistola, una escopeta o una espada samurai? No busques más, en
San Marino encontrarás lo que busques!!
Poco
después estábamos de nuevo en el corazón de la ciudad, en la Piazza della
Libertà, admirando la estatua que se levanta en su centro, obra de Stefano
Galletti y el Palacio Público.
El palacio
fue diseñado por Azzurri sobre la anterior Domus Magna Comunis, del siglo XVI y
que recientemente ha sido renovado de nuevo. Allí residen los más altos cargos
del Estado y dentro de ella se llevan a cabo las reuniones del Consejo de
gobierno. Desde el balcón que hay en su
centro se suelen anunciar los nombres de los Capitanes Regentes. En la esquina
derecha del edificio hay también una estatua de bronce de San Marino el
fundador de la ciudad, esculpida en 1894 por Giulio Tadolini.
En su
puerta encontraremos a la “Guardia di Rocca” que, durante los meses de verano (entre
mayo y septiembre), a cada “y media” entre las 8:30 y las 18:30 realiza un “Cambio
de Guardia”.
Al
haber comprado la entrada conjunta teníamos la visita al Palacio incluida y
pudimos ver la Sala de las Audiencias y la de los Congresos.
Continuamos
bajando hacia la Piazza Titano donde, esta vez sí, accedimos al Museo del
Estado. Éste está organizado en cuatro plantas, cada una dedicada a un tema específico.
En la planta baja pudimos ver diversos hallazgos arqueológicos de San Marino. La
primera planta tiene una recopilación de obras de arte relacionadas con la
historia de la República. En el segundo piso se exhiben algunas obras donadas,
mientras que en el sótano se muestran exposiciones de numismática.
Finalizamos
nuestra visita a la ciudad entrando a la Iglesia de San Francisco. Desde 1966,
el antiguo convento franciscano alberga un museo que muestra el patrimonio
artístico del monasterio con pinturas que van desde el siglo XIV al XVIII.
Y así, pusimos punto y final a nuestra estancia en San Marino. Cogimos de nuevo el coche para dirigirnos hacia el siguiente punto de ruta: Urbino.
Siempre he tenido curiosidad por visitar este mini-país y por lo que veo las vistas que hay desde lo alto de las torres merecen mucho la pena. Si alguna vez vuelvo por la Toscana o por Bolonia intentaré acercarme.
ResponderEliminarUn saludo.