Todos tenemos en mente el precioso castillo de la Bella
Durmiente… Inspirado en el alemán Neuschwanstein, no fue, sin embargo, el único
castillo en el que el rey Luis II de Baviera invirtió toda su fortuna y derrochó
su fantasía. Esta semana en el blog hacemos un repaso a las fortalezas que
el conocido como “Rey Loco” nos legó.
Luis de Wittelsbach nació en agosto de 1845 en el seno de la
familia real Bávara. Siempre fue un joven sensible con un marcado gusto por lo estéticamente
bello, obsesionado con historias medievales, con la música de su amigo Richard
Wagner e idólatra del rey Luis XIV de Francia… Pero gracias a él podemos
admirar hoy en día alguno de los castillos más bonitos que existen sobre la faz
de la tierra. ¿Vamos a conocerlos?
Castillos de Hohenschwangau y Neuschwanstein en Füssen:
En la localidad de Füssen, cerca de Munich, encontraremos
estas dos joyas prácticamente juntas.
Debemos la existencia del castillo de Hohenschwangau a los
señores de Schwangau (de donde proviene el nombre de la misma) que mandaron erigir
esta fortaleza en el siglo XII y, pese a que los años no fueron en exceso
benévolos con ella, el padre de Luis (Maximiliano II) la compró en el siglo XIX
al quedar prendado del maravilloso entorno de la zona y la sometió a una fuerte
restauración. Allí fue dónde Luis II de Baviera pasó los veranos de su infancia
y adolescencia.
Por otra parte, Neuschwanstein, situado sobre una colina, es
uno de los palacios más visitados de Europa. Se trata del castillo soñado por
Luis II: una recreación de la visión romántica que nuestro protagonista tenía
de las fortalezas medievales, con torreones, almenas, puentes levadizos y un
interior plagado de alfombras de terciopelo, dorados y prendas de seda. La
panorámica desde el puente de María (Marienbrücke) con la silueta del castillo asomando
entre bosques y dominando el valle, es una imagen que jamás olvidaréis.
Castillos de Linderhof:
Construido en una antigua propiedad de caza del padre de
Luis II, encontraremos este castillo, el único, de todos los castillos que
mandó construir, que vio finalizado y que se convirtió en su hogar durante unos
7 años. En él, intentó emular el esplendor de su idolatrado Rey Sol, dotándolo
de mobiliario hecho en mármol, alfombras de plumas de avestruz o impresionantes
lámparas... Pero aún más sorprendentes son sus jardines, a los que el monarca dotó
de diferentes elementos decorativos como una casa morisca comprada en la Exposición
Universal de París de 1867 o la Gruta de Venus, una caverna artificial decorada
con estalactitas, estalagmitas y cascadas de agua, construida expresamente para
que el rey pudiera admirar su ópera favorita, Tannhäuser.
Castillo de Herrenchiemsee:
En una isla del lago Chiemsee Luis II mandó construir este
castillo, una copia inacabada de Versalles en la que el rey dilapidó su fortuna
hasta quedarse arruinado, que no llegó a ver terminada. Todo en su interior es
opulencia: la única parte construida costó más que Neuschwanstein y Linderhof
juntos. Eso sí, no se puede negar que el Palacio es bonito y se encuentra en un
entorno idílico.
Castillo de Berg:
El castillo de Berg nos lleva al escenario de la muerte del
monarca. Luis II fue trasladado a la fuerza allí, cerca de la frontera con
Luxemburgo, tras haber sido declarado incompetente para gobernar por
enajenación mental. Poco después apareció ahogado en un lago cercano junto al
que era su psiquiatra.
No deja de ser curioso que este rey tan denostado en su
tiempo haya sido el promotor de uno de los mayores motores turísticos de Alemania
y se haya convertido en uno de los personajes más conocidos de la monarquía
Bávara.
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