Si teníamos clara una visita cuando empezamos a planificar
el viaje a la Alsacia con Babyboom y Carfot, con lo apasionados que éramos los
tres de los castillos, era la de esta fortaleza situada al pie de los Vosgos:
Haut-Koenigsbourg.
Además, su fama le precede… Con más de medio millón de
visitantes al año, es uno de los monumentos más visitados de esta parte de Francia.
El castillo, situado en lo alto del monte Staufenberg (a 755
metros de altura), fue construido a mediados del siglo XII, al igual que otros muchos
del entorno, con la idea de crear una línea defensiva y así controlar las rutas
comerciales en favor de los señores feudales de la zona.
Durante los años en los que estuvo bajo el cuidado de la
familia Hohenstaufen y la de sus sucesores, los Duques de Lorena (de la Casa de
Alsacia), el castillo vivió su época de mayor esplendor.
Pero en 1462 el castillo cayó a manos de un ataque que acabó
por prenderle fuego, dejándolo completamente saqueado y en ruinas. Y, pese a
que hubo un intento de reconstrucción por parte de la familia Thierstein (años
después), el descomunal coste de tal imprenta hizo que ésta no se terminara de
materializar… Al pasar a manos de Maximiliano I (Emperador del Sacro Imperio
Romano Germánico) y posteriormente al Imperio Austríaco, el castillo quedó en
el abandono y completamente olvidado.
No fue hasta el siglo XIX cuando la cercana ciudad de
Sélestat se hizo con las tierras del castillo para, en 1899, regalárselas al
Emperador alemán Guillermo II, que enamorado de la época medieval, había
mostrado interés por invertir en su restauración.
Con las pocas evidencias arqueológicas que mostraban cómo
era el castillo, el arquitecto Bodo Edhardt, que gozaba de gran renombre,
emprendió su reconstrucción. Así, la edificación que hoy en día se visita data
de principios del siglo XX, concretamente del 13 de mayo de 1908, que fue
cuando se inauguró el castillo oficialmente.
Ya en 1993, de nuevo en territorio francés (tras el Tratado
de Versalles), fue declarado Monumento histórico, restaurado de nuevo y abierto
al público.
Cómo es la visita al castillo:
Nosotros llegamos en coche desde Obernai, donde habíamos
dormido la noche anterior. No existe un parking como tal, pero se deja el coche
en el arcén y la verdad es que en nuestro caso, pese a la cantidad de gente que
había, encontramos sitio prácticamente al lado de la entrada.
Estando en la cima de una montaña, las vistas hacia la
llanura del Rin y los pueblos de la Alsacia, era preciosa.
Al llegar a la taquilla nos hicimos con nuestras entradas (9€
por persona) y con una audioguía (por otros 6€) para enterarnos de todos los detalles
de la fortaleza.
Ya frente a la taquilla, nos impresionaba la gran puerta de
entrada. En ella encontramos los escudos de la familia Thierstein, que trató de
restaurar el castillo por primera vez allá por el siglo XV, y el emblema alemán
de Guillermo II de Alemania.
Atravesamos la puerta para acceder a través de una pequeña rampa
al patio bajo. A mano izquierda, conforme subíamos, teníamos la enorme roca
sobre la que se asienta el castillo y a mano derecha, los edificios en los que vivían
los siervos y la clase media del castillo.
En el centro del Patio encontramos una copia de la fuente
del siglo XV de Eguisheim y cerrando su perímetro construcciones como las
cuadras o un curioso edificio coronado por un molino.
Se puede acceder hasta esta zona sin ticket pues es en la torre
donde comienza la visita. Un pequeño puente levadizo nos llevará hasta la antigua
bodega del castillo que se ha habilitado como sala de exposiciones. Allí
veremos imágenes que nos mostrarán la evolución de castillo e incluso una
maqueta del mismo.
Salimos de la sala, para acceder al patio interior, donde se
halla un pozo de 62 metros de profundidad, que fue fortificado para no dejar
sin suministro de agua al castillo en caso de ataque.
Hicimos una breve incursión en las cocinas. A las que se
entra y se sale, viendo lo poco que allí hay: apenas un fregadero y dos
chimeneas.
Y continuamos hacia las zonas habitables del castillo. Así,
fuimos cruzando diversas estancias como la Sala del Kaiser que, con su techo
decorado por águilas imperiales y multitud de blasones, remarcaba su carácter
político o salones de banquetes y festejos (dotados incluso con tribunas para
los músicos).
Regresando al patio, ascendimos a través de una escalera de
caracol a las habitaciones del Castillo, orientadas al sur, provistas de
letrinas y dotadas de estufas cerámicas.
En el último piso hay una pequeña capilla, la Sala de los
Trofeos de Caza y la Sala de Armas, con una gran exposición de armas medievales
(espadas, alabardas, armaduras, etc.).
Dejamos atrás las estancias de carácter real para, atravesando
un segundo puente levadizo, llegar a un segundo patio que nos conducía hasta el
gran Bastión, construido en el ala este del castillo. Montando hasta el último
piso nos encontramos con unos cuantos cañones de los siglos XVI y XVII y,
quizás lo mejor de este castillo, las vistas de impresión desde cada uno de sus
flancos.
Aunque sin lugar a duda destaca la panorámica hacia el oeste,
con el propio castillo, sobre el telón de fondo de la llanura del Rin.
Desde allí ya sólo quedaba emprender el camino de salida del
castillo, pasando por otras salas como el almacén o las casamatas desde las que
se apuntaban los cañones.
Así, tras dos horas de visita aproximadamente, este
castillo, emplazado sobre la enorme roca que lo soporta, nos decía adiós con
una preciosa panorámica.
Nuestra siguiente parada sería Estrasburgo.
se agradece tu esfuerzo informativo. Es un resumen acertado, aunque corto. Tendrás que volver para seguir ilustrando sobre este magnífico castillo a quienes no tenemos la posibilidad de viajar.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras y por animarte a dejar un comentario.
EliminarUn saludote