Para acabar las andanzas del día, y ya prácticamente
del viaje, nos acercamos a una de las últimas poblaciones que teníamos pensado
visitar en nuestra escapada por el sur de Francia: Saint Guilhem-le-Desert.
La población debe su nombre a la abadía que
allí existe que hizo que éste creciera a su alrededor. El pueblo, que se encuentra
incluido en la lista de los pueblos más bonitos de Francia y está clasificado como
sitio de interés nacional desde 1999, apenas cuenta con 250 habitantes por lo que ha conservado su carácter
medieval con sus casas de piedra, una antigua torre y una gran plaza con fuente
y árboles.

Dadas las horas que eran decidimos entrar en
la Abadía no fuera a ser que la cerraran. La abadía de Gellone está inscrita en
el Patrimonio Mundial de la UNESCO. La
entrada creo recordar que era gratuita aunque para entrar al museo (dónde se
encuentran las reliquias de Saint Guilhem) sí que había que pagar algo.
La abadía es una fundación benedictina
dedicada a Saint-Sauveur que fue fundada en el año 806 por Guilhem de Orange (Duque
de Aquitania y de Toulouse). La vida e historia de este hombre está envuelta en
misterio y muchas leyendas circulan sobre él. Era primo de Carlomagno, por lo
que ocupó un puesto importante en su corte. Dicen que fue un gran guerrero y
dedicó gran parte de su vida a mantener las fronteras meridionales del reino franco.
Aunque se casó dos veces, al final de su vida se retiró a la abadía de Aniane para
consagrarse como monje. Fue en ese momento cuando decidió fundar su propia
abadía, la de Gellone (conocida ahora como "de Saint-Guilhem-le-Désert").
Y pese a que los orígenes de la abadía se
remontan al siglo IX, durante el siglo XI sufrió una importante
reestructuración que la hizo mucho mayor. La decadencia vendría más adelante, ya
que sufrió mucho durante las guerras de religión y, en 1790, durante la
Revolución Francesa sus edificios fueron vendidos y saqueados. Lo que hoy en
día se muestra es una reconstrucción ya que muchas de sus columnas originales (datadas
en torno a 1206) se encuentran en el museo Cloisters, que es parte del Museo
Metropolitano de Nueva York de Arte.
Antes de su muerte, Carlomagno dio a su primo
un relicario que se cree que contiene piezas de la “Vera Cruz” (o verdadera
cruz). Éste las dejó a su abadía, donde a día de hoy aún permanecen. Esta reliquia
ha atraído desde siempre a multitud de peregrinos, convirtiendo la abadía en un
lugar de peregrinación importante en la ruta del Camino de Santiago. De hecho el
relicario, con motivo de las fiestas de San Guilhem (cada 3 de mayo) se saca en
procesión por el pueblo.
Lo más llamativo de la abadía es su claustro
de estilo románico, la cripta y un órgano del año 1782 que cuenta con el honor
de ser el mejor conservado de los construidos por Cavaillé.
Tras visitarla, salimos y nos dedicamos a
callejear por el pueblo. Éste se extiende, de forma alargada y entre grandes
acantilados, a lo largo del río Verdus.
Desde lo alto de la montaña, en el
acantilado, se pueden divisar los vestigios de un castillo de origen visigodo
(le Château du Géant). La leyenda dice que ese castillo era la morada de un
gigante que aterrorizaba a los lugareños, hasta que un día fue derrotado por
Guilhem en un duro combate. Actualmente
sólo se mantiene de las antiguas fortificaciones, la torre de la prisión una
sencilla torre almenada cuadrada.
Al acabar de recorrer el pueblo regresamos a
la Plaza de la Libertad para tomarnos un café (bueno, en mi caso fue un
super-helado) en uno de los restaurantes que allí había.
Con el break hecho, salimos del pueblo en
dirección al Puente del Diablo. El Puente fue construido por las Abadías de
Aniane y Gellone y se trata de uno de los puentes medievales más antiguos de
Francia. No logramos encontrar un camino que nos acercara demasiado al mismo y
así poder observar también les Gorges de l’Hérault, pero desde lejos nos
llevamos una buena idea.
Cerca de allí se encuentra también la Cueva de Clamouse (cerrada a esas horas), a la que se conoce
como la “catedral del Tiempo”, que también está inscrita como Patrimonio de la
Humanidad por la UNESCO.
Con estas visitas dimos por concluida nuestra
jornada y nos dirigimos a Béziers, donde dormiríamos esa noche. No estuvimos en
este caso muy finas con la elección del hotel. Corrijo, el hotel en sí estaba
bien, pero su ubicación no resultó la idónea. Salimos a cenar (que acabamos en
un sitio donde el dueño tenía origen español y se puso a tocarnos la guitarra y
a cantarnos... muy curioso) e íbamos con miedo por la calle. Había gente muy
extraña, con pintas y borrachos… bueno, lo dicho, no estuvimos acertadas.
La jornada siguiente la emplearíamos para
regresar a España y, aunque teníamos pensado visitar varios puntos de interés
de camino, nos cayó una tormenta de cuidado que nos hizo cambiar los planes
sobre la marcha… permitiéndonos únicamente hacer una pequeña parada en “Le Fort
de Bellegarde” (para verlo por fuera ya que sólo abre durante los meses de verano) y en Girona.
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Mira que hemos viajado veces al Sur de Francia, pero me estás descubriendo muchos lugares de los que ni conocía el nombre. Todos estos pueblos son encantadores.
ResponderEliminarUn abrazo!
¡Hola María Teresa! A mí cada día me gusta más Francia. De hecho creo que se nota mucho en el blog, tengo casi más relatos escritos de pueblos de Francia que de España (voy a tener que ponerle remedio a esto también, jejeje)
EliminarUn saludote!!