No sé qué hora sería por la mañana cuando Cynthia nos despertó, ¡chicas! ¡venid a ver esto! No hay palabras con las que describir la postal que estábamos viendo... una imagen vale más que mil palabras.
Tras un rato mirando al horizonte y observando el juego de colores que el sol reflejaba en las aguas del río Niágara, nos bajamos a desayunar.
O mi inglés se está oxidando o me cuesta horrores entender a los canadienses... Desde luego, no había forma de entender lo que la camarera nos decía respecto al desayuno. Era un desyuno tipo buffet y la chica nos intentaba decir que te podían cocinar unas tortillas si hacías una cola. Al final, pasamos y nos conformamos con las tostadas, pancakes y café de rigor.
Con las energías a tope íbamos a abandonar el hotel. Nos trajeron el coche del parking y lo metimos en otro, donde lo dejamos todo la mañana mientras nosotras recorríamos Niágara.
El primer lugar al que fuimos fue al mirador que hay justo en la caída del lado canadiense. Es algo alucinante ver caer tal cantidad de agua a escasos 2 metros de tus pies (separados por un murete con una barandilla, eso si).
Después nos fuimos al Maid of the Mist (en su lado canadiense). Allí te atavian con un impermeable azul y te embuten en un barco para acercarte desde abajo a las cataratas. Al principio todo el mundo se apelotona sobre las barandillas del barco, pero a medida que este se acerca a la caida de agua y el agua empieza a bañar a todos, la barandilla se queda libre. Pudimos hacer hasta fotos (con una cámara acuática).
A la salida hay un sitio desde donde se divisan las cataratas americanas y las canadienses, muy bonito.
Tras ello dedicimos hacer el Journey Behind the falls. Mediante un ascensor te bajan un equivalente a 5 pisos, y allí hay un mirador cercano a la parte canadiense de las cataratas. Sólo por esa vista merece la pena realizar esta atracción. Tras ello puedes adentrarte a través de un túnel donde se han relizado aberturas para admirar la caída del agua desde su interior. Es más el sonido que lo que realmente ves.
Con las visitas que queríamos hacer finiquitadas cogimos el coche y nos dirigimos a comer a Niagara on the Lake, pueblo muy bonito aunque con un turismo masificado.
El estilo de la ciudad, de inocultable influencia británica, posee edificios y casonas históricas a cada paso, combinados con un urbanismo cuidado en cada detalle, que le valió el título de “poblado más bonito de Canadá” en el año 1996. Las calles principales están llenas de tiendas, restaurantes y teatros.
Después de comer, continuamos el viaje hasta Toronto. Comenzaba a llover y el tráfico de entrada en la ciudad era considerable, aunque tan solo nos retraso 1 horita. Dado el coste del hotel que habíamos elegido temiamos encontrarnos con una verdadera hecatombe. Sin embargo, nos sorprendió muy gratamente. Era un hotel con parking, amplio, limpio y bastante nuevo.
Después de comer, continuamos el viaje hasta Toronto. Comenzaba a llover y el tráfico de entrada en la ciudad era considerable, aunque tan solo nos retraso 1 horita. Dado el coste del hotel que habíamos elegido temiamos encontrarnos con una verdadera hecatombe. Sin embargo, nos sorprendió muy gratamente. Era un hotel con parking, amplio, limpio y bastante nuevo.
Tras dejar las maletas y asentarnos un poco marchamos a explorar la ciudad. Dimos una vuelta que nos llevó aproximadamente 3 h, pasando por Dundas, Queen, Yonge y King Street. Tras ello y ya anocheciendo regresamos al hotel.
Si en fotos ya se ven impresionantes, no me imagino al natural... Tiene que ser una pasada! A ver para cuando... ;-)
ResponderEliminar¡Hola Anna!
EliminarA mí me gustaron mucho las cataratas, aunque es cierto que la zona es muy turística, pero inevitablemente impresionan!
Un saludo y gracias por tu comentario ;)